Esto que voy a contar a continuación puede parecer raro, pero prometo que es verdad. Hace un tiempo, y no mucho, la tele no estaba llena de programas de reportajes. No era una constante repetición de historias de reporteros dicharacheros enseñándonos cualquier rincón de barriada. Pero había un programa que era diferente al resto. Se llamaba Mi Cámara y yo, y lo echaban por la noche a eso de las nueve y media. El formato era simple; un reportero y su cámara. Y juntos, contaban historias de Madrid.
Un día, casi de casualidad me puse a ver este programa simpático de Telemadrid, como tantas otras veces, sin saber que sin darme cuenta mi vida no iba a volver a ser la misma. La reportera de turno se presentaba el inicio del programa y terminaba diciendo, " Esta noche en Mi cámara y yo: Madrileños por el mundo."
Este es el momento en el que dio comienzo el programa que removería los cimientos de mi personalidad y que capítulo a capítulo me mantendría pegada al televisor. Empezó en la franja horaria anterior al prime time. Los primeros programas eran cortitos, y apenas daba tiempo a echar un vsitazo a los lugares donde vivían los protagonistas de los reportajes. Los madrileños por el mundo. Esas personas anónimas que durante unas horas nos abrían las puertas de sus vidas y hacían de guías de su ciudad de acogida. Esas personas que nos enseñaban su nevera, su familia y sus porqués para irse de Madrid.
No puedo negar que siempre me han gustado los programas de viajes, pero con este me quedé fascinada, y desde el principio algo empezó a picarme en la espalda.
Con el paso del tiempo, el programa fue creciendo y con él, las historias de los verdaderos héroes de todo esto, los madrileños, que habían abandonado su hogar por vivir una aventura más allá de la Puerta de Alcalá. Mis favoritos, no voy a negarlo, son los madrileños por el mundo por amor. Pero si queréis saber si tengo una historia favorita, desde luego que la tengo. He aquí mi ránking de los tres mejores madrileños por el mundo. La chica que vive en el Congo cuidando de gorilas. Valiente como pocas. El abogado que lo dejó todo en Madrid, carrera y éxito, para irse a algún lugar de África, perdón pero no recuerdo el nombre; a ayudar a los demás. Y por último mi historia de amor preferida. Madrileña conoce a italiano en un tren, se ven un día y meses después él va a buscarla a Madrid para llevársela al norte de Italia. Y comieron perdices.
Como a cualquier cosa bien hecha, no le tardaron en salir los imitadores. Primero las versiones de otras comunidades autónomas, luego la versión nacional, además de copias de baratillo que ya se habían encargado de plagiar Mi Cámara y yo. Para gustos los colores, pero Madrileños por el mundo siguió manteniendo un estilo propio, cercano, amable y simpático, con el que estoy segura que tiene ganado el corazón de muchos madrileños.
Mi corazón está entregado ya desde el primer momento. Cada día, el programa me abre una ventana a un lugar nuevo, a experiencias diferentes. No podría ni explicar la de cosas que he aprendido gracias al programa. Pero todo ello tenía un precio. Sin darme cuenta, a cada programa la espalda me pesaba un poco más. Con cada nuevo madrileño, el sofá se me hacía más pequeño, y luego le tocó al salón, y después a mi calle.
Los últimos programas de Madrileños por el mundo están teniendo un sabor agridulce, porque son muchas las historias de gente que tuvo que salir pitando de Madrid para encontrar una vida mejor. Por obligación, sin sentir eso que me late a mí dentro cada vez que comienza la cabecera del programa.
Porque sin casi quererlo, me he convertido en una madrileña por el mundo. La pregunta más dura es siempre la del ¿qué echas de menos? Se que serán muchas cosas, pero ya no tiene remedio. De la espalda me han salido unas alas que han crecido demasiado y ya no me caben en casa. Tienen que empezar a volar.