Para los que contamos los años a partir de septiembre, ahora estamos como en el día 1 de una nueva vida. Porque hoy ha sido el primer lunes de septiembre y las depresiones postvacacionales se notaban pesadas en los vagones del metro. Porque parece otra vida en la que estábamos de vacaciones y de la que ya solo tenemos recuerdos. Antes de que nos de tiempo a escoger nuestras fotos favoritas de los cientos que hemos hecho, el verano se irá sin hacer ruido, dejándonos los bikinis y las gafas de sol en un cajón esperando. Y dará la bienvenida a un viento amarillento que alejará el sol y sacará de los armarios los jerseys y las chaquetas que habíamos olvidados. Por eso septiembre no nos gusta, porque nos devuelve a nuestra vida de siempre, porque nos recuerda que vivimos la mayor parte del tiempo con chaqueta, y que hace frío. Odiamos septiembre porque nos roba las horas de luz, las siestas, el no hacer nada, y nos trae la prisa, el ordenador, el jefe, los apuntes. Pero es injusto odiar un mes porque nos recuerde nuestra realidad, porque nos acompañe a nuestra vida de siempre. ¿Es de verdad justo vivir once meses echando de menos uno? No será mejor intentar que nuestra vida sea un verano entero, aunque haga frío y llevemos chaqueta. Septiembre no tiene la culpa.
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