En la vida de todas las personas, imagino, hay un día que te cambia la vida. Aparece alguien que te remueve los cimientos de la existencia como un elefante en una cacharrería y donde antes no había nadie, se instala y se queda. En la historia de Jesse y Celine ese día es más bien una noche en Praga. En Antes del amanecer conocimos a estos veinteañeros soñadores que se pasaron hablando toda la película, mientras nosotros éramos testigos de cómo se enamoraban. Era mediados de los noventa y diez años después vimos como Paris les daba otra oportunidad en Antes del atardecer. Una novedosa saga en la que el tiempo había pasado por todos y que ahora nos trae la tercera parte. Otra vez, hemos tenido que dejar pasar diez años, en los que los personajes y nosotros mismos, hemos estado viviendo al margen, y es ahora cuando nuestros protagonistas nos han dejado asomarnos de nuevo a su mundo. Habíamos dejado a Jesse a punto de perder un avión, y ahora les encontramos con una vida de papás de unas rubias gemelas de vacaciones en Grecia, que no es perfecta, ni mucho menos.
Si alguien espera una peli de las de Hollywood a las que malamente estamos acostumbrados, en las que pasan muchas cosas, en los 10 primeros minutos de la película que es un plano fijo dentro de un coche, va a comprobar que volvemos a estar en el mundo de Jesse y Celine. Un mundo mucho más parecido a una vida real en la que hablan y hablan sin descanso y en la que si te despistas un poco, te pierdes los detalles que nos cuentan qué ha pasado en esos diez años que nos hemos perdido.
No dudamos que entre ellos hay amor, pero lo que nos obligan a descubrir en esta tercera parte es si el amor puede sobrevivir a la rutina y al todos los días; si una bonita historia junto al amor de tu vida es suficiente. Una noche en Praga, una chica tocando la guitarra en París, debería de serlo.
"Recuerdo mejor esa noche que algunos años de mi vida"
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