He aquí el piropo más bello. El halago más hermoso que unos oídos puedan escuchar. Más bonito que la Victoria de Samotracia. No es algo que se me haya ocurrido así de la nada. Es una frase que retumba en mi cabeza siempre que veo algo hermoso de verdad. El creador es Marinelli, un pintor italiano futurista al que no le gustaba el arte clásico y que en su Manifiesto futurista declara: "Un coche de carreras es más hermoso que la Victoria de Samotracia." Las comparaciones son odiosas y esta se lleva la palma, pero para saber si Marinelli acertó o no, primero habrá que conocer qué es La Victoria de Samotracia.
La Victoria alada de Samotracia es una escultura helena del siglo II antes de Cristo. Creada para rememorar la victoria en una batalla naval, la escultura fue descubierta en el siglo XIX en Samotracia, de ahí su nombre.
Las alas y los paños pegados al cuerpo la dan un aire glorioso y hermoso, pero permitidme que diga que lo más sobrecogedor de la escultura es algo en lo que no pensaron sus creadores. La ausencia de cabeza, perdida en los siglos de historia que milagrosamente conservaron su cuerpo, la dan el aura de mítica. Incompleta y aun en pie, orgullosa de su belleza destronada, La Victoria alada da la bienvenida a los visitantes del Louvre. Emplazada al final de la escalinata de entrada, vigila a quienes se van a adentrar por los pasillos del coloso del arte. Les avisa de que el tiempo es fugaz, pero a la vez permanece. De que miren, que observen, que se fijen bien, porque las obras que allí están van a ser eternas, pero ellos, simples mortales, no. En cambio, ella divinidad alada, se ha ganado un sitio en el Olimpo de las bellezas eternas. Quién sabe si al lado de un coche de carreras. Lo que si es cierto, es que después de admirarla, cualquier comparación ofende.
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